lunes, 26 de octubre de 2009

Platón y su teoría del conocimiento

La epistemología platónica está directamente relacionada con la metafísica. Ahora que ya sabemos cuál es la verdadera realidad (el mundo de las Ideas) tendremos que cuestionarnos cómo nos es posible acceder a esta. Platón desarrolla a lo largo de sus diálogos tres tesis distintas sobre el conocimiento humano.

La reminiscencia: conocer es recordar

Este principio es planteado por Platón para resolver un problema que ya formularan en su día los sofistas: ¿Cómo es posible el conocimiento humano, si éste consiste en ir en busca de lo que no se conoce? Lo que se cuestiona aquí, dicho en otras palabras, es cómo es posible encontrar la verdad si no se sabe cuál es la verdad. Para resolver esta aporía, Platón recurre a la tesis de la reminiscencia: en realidad, el ser humano no conoce las cosas, sino que las reconoce. Para Platón, el alma existe antes de encarnarse en un cuerpo, y conocía ya todas las Ideas (no olvidemos que el alma humana, como veremos más adelante es afín a las ideas). Lo que ocurre es que al nacer olvida todo lo que sabe, y necesita que el conocimiento sensible sirva como provocación a ese conocimiento perdido. Es este uno de los pocos momentos en los que la sensación recibe una valoración positiva: sirve como ocasión para desencadenar todo un proceso imparable de conocimiento que nos llevará de nuevo hasta las Ideas. Esta teoría la expone Platón de un modo mitológico en el Fedro:

“Todo lo que tiene alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el nombre de mortal.”

A continuación, describe Platón el lugar donde moran los dioses, caracterizado por la belleza, la bondad y la sabiduría, parándose a especificar algunos detalles de esta vida divina. Un poco más adelante, continua de la siguiente manera:

“Tal es, pues, la vida de los dioses. De las otras almas, la que mejor ha seguido al dios y más se le parece, levanta la cabeza del auriga hacia el lugar exterior, siguiendo, en su giro, el movimiento celeste, pero, soliviantada por los caballos, apenas sí alcanza a ver los seres. Hay alguna que, a ratos se alza, a ratos se hunde y, forzada por los caballos, ve unas cosas sí y otras no. Las hay que, deseosas todas de las alturas, siguen adelante, pero no lo consiguen y acaban sumergiéndose en ese movimiento que las arrastra, pateándose y amontonándose, al intentar ser una más que otras. Confusiones, pues, y porfías y supremas fatigas donde, por torpeza de los aurigas, se quedan muchas renqueantes, y a otras muchas se les parten muchas alas. Todas, en fin, después de tantas penas, tienen que irse sin haber podido alcanzar la visión del ser; y, una vez que se han ido, les queda sólo la opinión por alimento. […] Cualquier alma que, en el séquito de lo divino, haya vislumbrado algo de lo verdadero, estará indemne hasta el próximo giro y, siempre que haga lo mismo, estará libre de daño. Pero cuando, por no haber podido seguirlo, no lo ha visto, y por cualquier azaroso suceso se va gravitando llena de olvido y dejadez, debido a este lastre, pierde las alas y cae a tierra. […] Conviene que, en efecto, el hombre se dé cuenta de lo que le dicen las ideas, yendo de muchas sensaciones a aquello que se concentra en el pensamiento. Esto es, por cierto, la reminiscencia de lo que vio en otro tiempo, nuestra alma, cuando iba de camino con la divinidad, mirando desde lo alto a lo que ahora decimos que es, y alzando la cabeza a lo que es en realidad.” (Fedro, fragmentos escogidos entre 246b-249c)

Esta teoría, que aparece mitológicamente expresada en el Fedro, encuentra una contrapartida práctica y un desarrollo conceptual en el Menón, diálogo en el que Platón nos relata la escena del esclavo. En este diálogo, Sócrates le pide a Menón que traiga un esclavo, para demostrar cómo es posible que éste recuerde, a través de sencillas preguntas, conocimientos matemáticos que no ha podido aprender a lo largo de su vida. Sócrates tan sólo pone una condición, al preguntar a Menón sobre el esclavo: “¿Es griego y habla griego?”. Con esta sencilla condición, Sócrates logra que el esclavo demuestre de un modo geométrico, a partir de ingeniosas preguntas, el teorema de Pitágoras. En una tesis aparentemente sencilla, como la de la reminiscencia, no sólo aparecen las ideas innatas, sino también una honda teoría del lenguaje sobre la que Platón habla en otros diálogos.

La dialéctica como modo de conocimiento

En los diálogos de madurez van desapareciendo las referencias a la reminiscencia, para dejar paso a un concepto que irá tomando cada vez más peso: la dialéctica. Esta palabra tiene en Platón dos sentidos:

Entendida como método: en los diálogos iniciales consiste en el juego de preguntas y respuestas que pone en práctica Sócrates con el fin de llegar a la verdad. El fin último de la dialéctica sería lograr la definición de las cosas, o solucionar las cuestiones que se debaten en los diálogos.

Entendida como ciencia (como saber): sería el más alto grado de conocimiento y consistiría en la contemplación intelectual de las Ideas. Aquel que logre conocer de un modo dialéctico es capaz de mirar con su razón, con su inteligencia, directamente a las Ideas, y por ello, será el considerado “sabio”.

Platón expone las diferentes formas de conocimiento en un pasaje de la República, conocido como el “símil de la línea”. Este fragmento es particularmente importante: en él no sólo aparecen todos los grados de conocimiento, sino que también se explica la relación existente entre la metafísica (el ser, la realidad, duplicación de los mundos) y la teoría del conocimiento. Platón distingue las siguientes clases de conocimiento:

Opinión (doxa): es el conocimiento sensible, cuyo objeto son las cosas materiales. Ésta a su vez se subdivide en otros dos tipos de conocimiento: la imaginación y la creencia. La imaginación (eikasía) es el conocimiento de imágenes, y es el conocimiento más imperfecto. Por encima de este (pero aún dentro de la opinión) estaría la creencia (pístis), que sería el conocimiento de objetos. El mundo de la opinión es el propio de los sofistas: éstos tendrían razón al decir que no existen verdades absolutas si la única realidad existente fuera aquella a la que podemos acceder a través de la opinión. Sin embargo, como sabemos, Platón afirma la existencia de otra clase de realidad y por tanto de un tipo de conocimiento superior.

Ciencia (episteme): es el conocimiento inteligible, cuyo objeto son las Ideas, el ser eterno e inmutable. La ciencia también se divide en otras dos formas de conocimiento: la inteligencia discursiva (dianoia) y el pensamiento (noesis). La inteligencia discursiva es el pensamiento propio de las matemáticas. Se trata, efectivamente de un conocimiento superior a la opinión (es más abstracto), pero requiere aún de una apoyatura sensible, sea una figura geométrica o las líneas de una demostración. La inteligencia discursiva es la que “discurre” de una premisa a otra, la que razona con figuras. La matemática (y todo el razonamiento lógico) necesitan apoyarse en presupuestos previos, por eso aplican un conocimiento discursivo descendente (de los presupuestos a “lo deducido”). Sin embargo, el pensamiento (como resultado último de la dialéctica) prescinde de cualquier apoyatura sensible, de cualquier referencia a algo material. Su conocimiento es discursivo, sí, pero ascendente: se parte de la contemplación directa de una Idea, y a partir de ésta se va descubriendo las relaciones que hay entre las distintas Ideas (la symploké de la que hablábamos antes). El dialéctico no recurre de ningún modo a imágenes o cualquier otro material sensible. Además, la dialéctica incluye un segundo momento (particularmente importante en su aplicación práctica) que es el descenso desde la Idea Suprema al resto de Ideas, logrando así una visión conjunta de las todas las Ideas y sus relaciones. De hecho, las implicaciones prácticas de este camino de descenso aparecen en el mito de la caverna, donde Platón defiende que es necesario que el dialéctico esté dispuesto a descender al mundo sensible y enseñar a los demás a alcanzar el conocimiento de las Ideas.
¿Cómo se llega a esta “contemplación” de Ideas? Platón no es del todo claro al respecto (y muchos autores posteriores negarán que exista tal conocimiento). Lo que sí está claro es que todo este esquema deja ver la valoración platónica del conocimiento abstracto. Por ello no es de extrañar, por ejemplo, que Platón pensara que las matemáticas son uno de los saberes más altos (tan sólo superado por la dialéctica) y que considerase que la matemática era un ejercicio muy adecuado para prepararse al conocimiento de las Ideas. Se dice que a la puerta de la Academia había un letrero en el que ponía: “Que nadie entre sin saber geometría”. En esta misma línea, la música (precisamente por ser un arte efímero, inmaterial) es también un modo de preparación para llegar al mundo de las Ideas, tan sólo accesible para el alma. El esquema del símil de la línea podría ser el siguiente:





Merece la pena destacar la conexión que existe entre la metafísica y la teoría del conocimiento: a cada tipo de realidad le corresponde una forma de conocimiento. Por otro lado, el símil está también relacionado con el mito de la caverna: la ascensión que describe Platón de una forma metafórica en el mito, aparece recogida de un modo conceptual en el símil de la línea.

El amor como vía de acceso a las Ideas


El amor es considerado por Platón una vía privilegiada de acceso al mundo de las Ideas. Sería una especia de “dialéctica emocional”, en la medida en que, por medio del amor, también nos vemos involucrados (de un modo emocional o experiencial) en un proceso abstractivo similar al que ejecuta la dialéctica. El amor, en su expresión más alta, consiste para Platón en una idealización o “desmaterialización” del objeto amado: lo que comienza como una mera atracción física (en el mundo sensible) puede terminar llevándonos hasta la Idea suprema. El proceso podría ser descrito del siguiente modo: se comienza amando un cuerpo bello, de ahí se pasa al amor por la belleza del alma de la persona amada. A partir de aquí se ama todas las almas bellas, hasta llegar a la Idea de belleza, y de ésta a la Idea suprema. El amor sería una forma de ir ascendiendo por diversos grados o escalones, desde lo concreto hasta lo más abstracto, pudiéndose llegar incluso a la Idea de Bien. Así queda reservada una vía emocional y experiencial, un modo de acceso a las Ideas para aquellos que quizás no pueden conocerlas de un modo intelectual.

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