LA REPÚBLICA: Para Platón la justicia es el fin tanto de la ética como de la política por lo tanto, al analizar el modelo ético de vida buena estamos analizando, a su vez, el modelo de estado político perfecto. La ética platónica es una ética intelectualista ya que afirma que el mero conocimiento de lo que es bueno hace que el hombre actúe con bondad; el mal es una mera ignorancia de lo que nos conviene ya que, según el filósofo griego, el bien moral coincide con la felicidad: si queremos el bien es porque es bueno no sólo éticamente sino porque es bueno para nuestra felicidad. Así Platón considera que lo que persigue la ética es la felicidad del individuo mientras que la política persigue la felicidad del cuerpo político.
Desde esta perspectiva intelectualista el malvado que obra movido por un deseo desenfrenado, la envidia o cualquier otra pasión es como el niño pequeño que cree que tomar sólo dulces le hará feliz desconociendo que este comportamiento le acarreará dolor de estómago o, poniendo otro ejemplo, el hombre justo es como aquel que aún sabiendo que una medicina es amarga y desagradable se la toma porque conoce que le es útil y le sanará. De este modo, debemos saber qué es el hombre para saber cuál es su felicidad, por esta razón Platón intenta fundar su ética y su política en una antropología, es decir, en un análisis de lo que es el hombre.
Platón analiza al hombre y encuentra que existen tres motivaciones en sus actos que se corresponde a tres tipos de alma. Las tres almas son: el alma racional, el alma irascible y el alma apetitiva. El alma apetitiva es aquella que busca la satisfacción de los deseos como sexo, dinero, comida, etc.; Platón la representa como un monstruo amorfo con múltiples cabezas y en su diálogo el Timeo la localiza en el hígado. El alma irascible es en la que reside la agresividad y el deseo de lucha, generalmente está aliada al alma racional: cuando una persona sufre una injusticia lucha más ardientemente y con más fuerza que cuando sabe que la razón no está de su parte; es representada por un león y en el Timeo se localiza en el corazón. Por último, el alma más importante, la racional, se identifica con nuestra inteligencia teorética y ética es decir, es aquella parte que construye argumentos y reflexiona sobre conceptos; es como un pequeño hombre que está dentro de nosotros mismos que se asienta, según el Timeo, en el cerebro.
La justicia para Platón es que la parte racional controle a la parte irracional y apetitiva con ayuda del alma irascible. Así la justicia queda definida como aquel estado de cosas en donde cada uno atiende a lo suyo y cumple su función. La justicia ética es aquel estado en donde los apetitos son medidos y controlados por la inteligencia y los impulsos fogosos del alma irascible están igualmente supeditados al control de la razón. De este modo el hombre es feliz ya que de otro modo su alma se vería continuamente conturbada por apetitos insaciables que obligarían al hombre a esclavizar su propia naturaleza racional en una búsqueda ciega e inacabable pues los deseos del alma apetitiva son innumerables y por su propia naturaleza insaciables. Platón, siguiendo a los pitagóricos, será uno de los primeros filósofos que apuesten por una ética contemplativa con tintes ascéticos.
Del mismo modo que existen tres almas en el hombre en el estado deben existir tres partes; el estado justo será aquel en el que sus partes cumplan sus funciones más armónica y estrictamente. El pueblo trabajador se corresponde al alma apetitiva en el estado; el ejercito se corresponde al alma irascible; y, por último, los filósofos son al estado lo que el alma racional es al individuo. La función de la clase filosófica es la de gobernar el estado, del mismo modo que el alma racional en el hombre justo debía controlar sus actos; los guardianes tienen como propósito defender el estado y auxiliar a los filósofos en la tarea de gobernar pero siempre estando a sus órdenes; finalmente, el pueblo trabajador tiene como función cumplir las órdenes que emanan de las otras clases superiores. Antes de continuar debemos dejar claro que cuando Platón habla de los filósofos como clase gobernante no se refiere simplemente a alguien que haya estudiado filosofía tal y como hoy entendemos la palabra filósofo; Platón toma la palabra filósofo en sentido etimológico, es decir, el gobernante es el amigo de la sabiduría, el entendido, la persona que reflexiona y comprende los problemas políticos, en una palabra, un técnico de los asuntos públicos. Es muy recurrente en Platón el ejemplo de cómo gobernar una nave ¿quién debe dirigirla, quien tenga más dinero, quien sea más numeroso, quien sea más fuerte? La respuesta es obvia para el discípulo de Sócrates: la nave debe ser gobernada por quien más sabe, por el piloto; del mismo modo el estado debe ser dirigido por aquellos que tengan un conocimiento más perfecto sobre la realidad: los filósofos.
Así como en el individuo la armonía entre las partes de su alma tenía como fin la felicidad del mismo la armonía de las jerarquías del estado ideal platónico tiene como finalidad la felicidad del cuerpo político. Para evitar que se trastoque el fin del estado y los gobernantes y los guardianes empiecen a buscar su lucro personal se deben instituir ciertas normas en el estado. En primer lugar, entre los guardianes todo debe ser común y no debe existir propiedad privada; comerán todos juntos como una familia y dormirán en habitaciones comunes como si fueran soldados en campaña. Ya que entre los animales admitimos que machos y hembras de la misma especie son iguales y tienen las mismas características, exceptuando que las hembras son más débiles físicamente y que los machos no pueden parir, entre los guardianes hombres y mujeres tendrán los mismos derechos y vivirán también en común. Incluso las relaciones entre hombres y mujeres serán libres y no se establecerán familias tal y como las conocemos ya que los hijos de los guardianes serán criados todos en común y ni siquiera los padres sabrán quienes son sus hijos. De la casta de los guardianes saldrán los gobernantes filósofos, aquellos que destaquen en inteligencia y justicia serán los seleccionados para formar la casta gobernante. La casta de guardianes-filósofos no se mezclarán con el resto del pueblo ya que hay que intentar en lo posible que nazcan para el mando los mejores hijos de los mejores padres y los mejores padres son los de la casta gobernante; en el caso que por un azar un hijo de gobernante no esté a la altura de sus progenitores será entregado a los gobernados para que ellos lo eduquen y mantengan, en el caso contrario de que una mujer del pueblo tenga un hijo con una naturaleza superior este hijo será ascendido a la casta gobernante para que sea educado entre ellos.
Para asegurarse que los gobernantes sean lo mejor posible para la función de dirigir el estado deberán ser educados estrictamente para cumplir con su tarea. Es de vital importancia que los hijos de los guardianes y de los filósofos se eduquen mediante la gimnasia y la música; desde muy pequeño los niños aprenderán a coordinar sus movimientos a los ritmos agradables y suaves para que interioricen los principios de la armonía y el orden y para que además fortalezcan sus cuerpos haciéndolos ágiles para la lucha. Platón cuida mucho la educación musical y proscribe de su estado ideal los ritmos blandos y descompasados; mediante la degeneración del ritmo podría introducirse la degeneración de las costumbres por lo que hay que evitar toda innovación que no sea estrictamente aprobada por los reyes-filósofos.
En cuanto a la educación intelectual los primeros años de vida el guardián-filósofo los pasará estudiando matemáticas ya que esta disciplina permite familiarizarse con cosas inmutables y, además, despierta el intelecto. Poco después el joven estudiará astronomía para ser capaz de percibir el orden y la armonía que es la huella del demiurgo en el mundo físico. Por último, a los treinta años quienes hayan mostrado una mayor agudeza intelectual y fortaleza moral se le introducirá en el estudio de la dialéctica. La dialéctica es la disciplina que trata de conocer las cosas que son en sí es decir, en la metafísica platónica, las Formas; aquellos que avancen en el conocimiento de las Formas llegarán a la contemplación de la Forma suprema: la Forma de Bien. El conocimiento de la cúspide ontológica, la aprehensión de la idea de Bien no es un conocimiento mediato, meramente intelectual y comunicable con el lenguaje ordinario; la Forma suprema que da entidad a todo lo real sólo se conoce a través de una experiencia directa e incomunicable no accesible a la mayoría de los hombres. Aquellos que hayan experimentado el Bien serán los reyes-filósofos, en edad no menores a 50 años, mientras que todos aquellos que no hayan llegado a la total comprensión del Bien o carezcan de rasgos para evolucionar en su aprendizaje serán los que formen la casta de los guardianes.
Platón admite que su estado ideal como cualquier otra realidad del mundo físico está sujeto a la degradación por lo que tarde o temprano degenerará a otro sistema político menos perfecto. El estado ideal es llamado por el autor “aristocracia” que significa “gobierno de los mejores”; cuando en este estado ideal los guardianes guerreros empiezan a ocupar la posición que le correspondía a los filósofos aparece el primer sistema político degenerado: la “timarquía”. En la timarquía los guardianes acumulan riquezas y el poder a espaldas del pueblo trabajador, no cometen excesivos desmanes pero el deseo de honores es lo que mueve sus decisiones en vez del bien de la mayoría. En muchos sentidos la timarquía recuerda los regímenes militaristas del siglo XX y de la actualidad.
La timarquía degenera en “oligarquía” (gobierno de pocos) en donde la clase dirigente está compuesta ya no por los guerreros sino por aquellos que poseen las riquezas. Ya que en la timarquía el fin de los gobernantes era acumular riqueza es lógica la evolución hacia la oligarquía. El mayor problema de la oligarquía es la cohesión social, en este sistema de gobierno existen dos estados en uno: el estado de los pobres y el estado de los ricos siempre en conflicto entre sí.
La paupérrima situación de la clase pobre en la oligarquía lleva a esta a degenerar en “democracia” (gobierno del pueblo). Los pobres se alían entre sí y arrebatan el poder a los más ricos estableciendo en lo posible un sistema igualitario de participación política y la mayor libertad política posible. Todos gobiernan en el estado democrático y todos pueden vivir en libertad haciendo lo que les parezca bien. Pero este sistema también es imperfecto ya que mientras que en la oligarquía había dos cuerpos políticos en la democracia hay infinidad de ellos, tantos como individuos o familias. Todo el mundo hace lo que le viene en gana y no hay orden ni ley que se respete, los ignorantes tienen tanto poder como los sabios y la multitud se cree experta en todos los temas. Gobernar un estado democráticamente, dice Platón, es como pilotar una nave haciendo votaciones a las personas que están a bordo sepan o no sepan del arte de navegar. La democracia genera disensión, enfrentamientos continuos y caos social.
La democracia degenera en el sistema político más alejado del buen gobierno: la tiranía. En el estado democrático un demagogo se presenta como salvador de los pobres o de una amplia capa de población, con palabras zalameras toma el poder en la asamblea y todos lo siguen. Tras conseguir el poder político necesita una guardia que le proteja de las agresiones de sus enemigos, con esta guardia y con la connivencia de otros aliados de la ciudad o extranjeros se hace con el poder absoluto. El que parecía el salvador del pueblo se convierte en un tirano con plenos poderes que para mantener su preeminencia tiene que exterminar a todos sus enemigos.
Escrita en su madurez la República es quizás el diálogo más influyente de Platón y la primera utopía política de la que tenemos constancia escrita no obstante, en su vejez el autor ateniense reconstruyó esta utopía en su obra “Las Leyes” dándole un matiz más abierto y democrático a su proyecto político aunque conservando mucho de los elementos que aparecen en la República.
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